Todo evoluciona, desde las formas más sencillas de vida hasta las más intrincadas teorías sobre el universo van cambiando conforme pasa el tiempo. De la misma manera, las expresiones con las cuales nos referimos a situaciones o circunstancias van cambiando aunque las necesidades que representen no lo hayan hecho.
Principalmente la evolución se produce por que es necesario adaptarse a las nuevas condiciones. Luego de algún cataclismo, las especies sobrevivientes generan nuevas estrategias que les permitirán adaptarse con mayor facilidad al nuevo escenario. Dentro de esas estrategias, quizá la más importante sea las que tienen que ver con la comunicación, ya que es por medio de ésta que los seres humanos pueden vincularse entre si, aprender, solucionar dificultades y progresar.
No es necesario investigar mucho para darse cuenta en las diferencias existentes entre la manera de comunicarse de nuestros padres, la nuestra y la de nuestros hijos, y no nos referimos solamente a las palabras, sino que también a todos esos códigos, gestos o expresiones con las que graficamos nuestras ideas o sentimientos. Cada generación crea vocabularios, términos y estructuras de comunicación, dándole un valor que la diferenciará de las antiguas, permitiéndole además enfrentar nuevos acontecimientos. Lamentablemente vivimos en un sistema creado para permitir la evolución y el progreso sólo a quienes cuentan con los medios físicos (y económicos) para ello. El resto debe contentarse con vivir en el estancamiento y la oscuridad, degenerando en vez de avanzar.
Para romper el círculo, para avanzar y salir de aquella oscuridad, es necesario crear nuevos códigos de comunicación que no estén transformados en artículos de consumo y que tampoco signifique estigmatización de quienes las utilizan. No hablamos de olvidar aquellos conceptos que antaño iluminaron las conciencias de millones, pero si de darle a ese espíritu una cara y un cuerpo nuevo, que le permita acompañarnos y quizá darnos la posibilidad de ver el sueño hecho realidad.
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